Por Fernando Muñoz
Y este frío y este invierno, no es como los de antes… Los de antes, eran distintos… de mates, con carbón en el brasero, de panes amasados… con conversaciones interminables, como las mantas que nos cubrían las piernas. Con mi abuela, la risa de mi abuela, las carcajadas de mi tía y mi madre; mis tíos y sus bromas, sus chistes y sus historias. Mis primos, jugando y corriendo de un lado a otro indiferentes al frio y la lluvia. Todos en un coro de risas y voces familiares. Pero en inviernos como hoy, silenciosos, lejanos, apagados y cerámicos, en este invierno rodeado de modernidad y de computadoras, de una vida de palabras minimalistas, es que mis inviernos de antaño se me hacen calurosos, acojedores… Mis inviernos de antaño se convierten en primavera, que florece en el sonido de las voces de mi memoria, y se extiende cual sonrisa sobre el mantel. Y es que este invierno y este frío, no es como los de antes… Por Fernando Muñoz
Los atardeceres en los parques con su flora viajera de un tiempo constante y su fauna exótica y erótica besándose en un instante pretérito. De estos parques con sus atardeceres, y con los niños corriendo, riendo, jugando escalando los mismo árboles que nosotros escalabamos, esa flora infinita en las manos de la inocencia. En estos parques de atardeceres dorados. Con su arquitectura elegante como dama de antaño, construída con los sueños de los hombres, inspirados en la suavidad de sus amantes. De esos atardeceres, desde una banca observando sin prisa ni hora… como los recuerdos pasan como sombras en los parques, esperando dejar de ser fauna para convertirse en flora. Foto: Jocelyn Muñoz Por Fernando Muñoz
Vente conmigo a la profundidad de los bosques en tu bicicleta de viento y deseo, nos iremos en lo que parecerá una ruta sin sentido pero debe ser así para burlar la fatalidad de la muerte. Ven y bebamos del té negro acompañados de perfumes y aromas lejanos, nos sentaremos sobre una alfombra persa entre cojines de colores tierra y carmesí y contemplaremos el vapor flotar sobre nuestros problemas en un tiempo lento de miradas encadenadas; y beberemos la poción en las copas de los árboles en una proposición de vida o decepción. y créeme cuando te digo que nunca he vivido algo así, ni siquiera en mis memorias más distantes. Soy un novato en tus brazos, deseando quedarme entre ellos siempre… sabiendo que la imposibilidad se posa sobre nosotros, como las nubes del tiempo inclemente que se aproxima. Sígueme al centro de este bosque debe haber un lugar en el camino donde podamos ser nosotros mismos donde los brazos verdes del silencio nos pongan a dormir. Por Fernando Muñoz
Y me voy hundiendo en el tiempo, aroma de muerte, como los funerales aroma a claveles pudriéndose lentamente Me voy hundiendo en el tiempo. Si antes medía lo que medía, me he ido encogiendo poco a poco las piernas se disuelven a cada paso y se desmoronan como las dunas lenta e imperceptiblemente. Una brisa y ahí van los últimos diez años, cerro abajo, arena movediza esta vida un temblorcito y se hunde el pasado Es una crónica de una desaparición anunciada empezó tragándose mis tobillos rodillas cintura pulmones cuello (y mi voz) ojos oídos y mi frente… sólo quedan unos cabellos asomándose sobre la tierra hasta que venga una peluquera de esas pasadas a cigarro y trasnoches y con su escobillón negro y gastado los barra y arrojé a la basura. Ilustracion: Jocelyn Muñoz Por Fernando Muñoz
Soy como una madeja, de lana oscura y vieja, enredado en los contornos de una vida, mitad vivida. Soy como una canción de otoño, de esas que se escuchan detrás de ventanas empapadas; mientras las hojas se desprenden de los árboles, para dejarse llevar por el viento gris del sur. Soy como un disco de vinilo, ya tocado tantas veces que pierde el límite de los zurcos, y repite los errores de un pasado que acaba de sonar en los oídos perdidos de una mirada pálida y callada. Soy ese caminar de memoria, por calles de una ciudad construida en recuerdos de una memoria lejana y marchita de una ciudad inexistente. Completamente creada por mi imaginación. Ovillo de lana enredado. ¡Dejad que el gato juege! Ayer lo enterramos,
creímos que estaba muerto, pero aún respiraba. Se nos había quedado dormido entre los brazos, aquella noche de vientos y techos volándose sobre las casitas, cuando el temporal amenazaba con llevárselo todo. Y así tan quietecito, con su carita tan blanca y apacible, con sus manitos colgando como dos pompones helados y sus ojitos cerrados; lo dimos por muerto. Después de velarlo por doce noches en silencio, esperando, para ver si sólo dormía. decidimos que era tiempo de dejarlo ir. Ayer lo enterramos bajo los naranjos, en un cementerio triste y gris. nos miramos y sin decir adiós nos fuimos cada uno por su lado. y ahí en su tumba el aún respiraba. Las noches son como bocanadas de humo que me llevo a los pulmones,
tratando de acabar con este oxígeno que lo único que hace es alimentar el fuego, fuego que llevo en el alma, Fuego que quema mis sábanas. La noche es como bocanadas de humo que devoro insaciablemente, tratando de llenar este vacío que existe entre el corazón y mi garganta. Noche de incendios forestales, infernales, invernales. Noche de excesos bacanales, arrabales, animales. Si tus ojos estuvieran aquí estarían cubiertos en lágrimas, pero no serían de tristeza ni de melancolía amarga, serían hijas de este humo que penetra, que impregna, que se cuela por tus poros hasta teñir de gris tus venas. Que entra por tus ojos, e inunda tus recuerdos hasta teñir de gris tu corazón. Por Fernando Muñoz Por Fernando Muñoz
¿A qué velocidad se mueve la muerte? Por cierto a una velocidad extremadamente lenta o absolutamente rápida. Sin rendiciones, precisa, sin reconciliaciones. La muerte se mueve a treinta y tres años por segundo... o a cincuenta kilómetros por hora. a veinte mil leguas de viaje ultramarino o a 80 días alrededor de la luna. La muerte se mueve a la velocidad de la luz; lo que demoras en encender aquella vela. O a la velocidad del sonido: cuanto tardaste en decir que la querías. La muerte te espera en una sala de hospital: y a paso de tortuga te va aplastando. O simplemente en la pista de carreras: pasa a tu lado trotando y riendo, cien metros, metro cien, caes desplomado. Ciertamente esta muerte trotamundos con sus zapatillas ultralivianas, o con sus tacos aguja de charol y tango, con sus botines rojizos de caña alta o simplemente a pies descalzos. Te mirará a los ojos sonriendo, acariciará tu cabello negro y marchito y te dirá al oído "yo siempre gano". Tú escuchándola de oídos seducidos tratarás de abrazar algún recuerdo, A la velocidad que pierdes tu último suspiro.. En lo que se demoran en declararte. Muerto. |
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October 2020
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