Por: Fernando Muñoz
"De los seres afortunados" Desde el fondo de la copa la última gota de este vino rojizamente seductor y salvaje se desliza acertadamente por el cristal para dejarse caer a través de tu garganta. La noche se hace azulina y profunda, las calles se van vaciando. Todos como animales procesados y alcoholizados por la cargada noche sexual de bailes desinhibidos y de música estridente. Esa música que se abrió paso por tus oídos, como una bestia rugiente y violenta y que es capaz de matarse a si misma por llegar más allá, por sólo atravesar un oído más, por tan sólo quebrar un tímpano más... por tan sólo romper la velocidad de los decibeles una vez más. Ahí en estas calles medio vacías, con uno que otro cuerpo que camina zigzagueando de manera oscura y tristemente anónima, sobre esas calles medio mojadas por el rocío de la noche, por la orina de los transeúntes y por la condensación del vaho de esos cuerpos calientes y sudorosos que abandonan los clubes y discotecas, te descubres pensando en ella. Después de la batalla de cuerpos contorneándose al ritmo alocado de los dedos de un dj macabro y todo poderoso, después de esa fiesta bacanal en que tu garganta no tuvo reparo en acariciar cuanto licor se le ofreciera en nombre del sexo y la lujuria. Tus pasos te llevan hacia ella y tus pensamientos con ellos van. Sólo que esta noche es diferente y sabes que a pesar de que "de los arrepentidos es el reino de los cielos", ni habrá para ti arrepentimiento, ni reina, ni cielito lindo. Porque en esta noche de excesos a tu corazón le tocó morir.
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