Por Marcelo D. Mogura L.B. Mientras tanto, en la Gran Pirámide, Naif Guaguarshi, el Mago, se preparaba para lanzarse desde la cúspide. Esperaba ansioso la llegada de plenilunio, momento en el que debía ser puesta la última piedra por los miles de esclavos que observaban ansiosos el rostro del mago. “¿Qué ocurrirá?, ¿qué se dirá?, ¿qué se hará?” hablaban entre ellos y dentro de ellos. Uno, que había encontrado una manera más rápida y que requería menos fuerza para mover los bloques de piedra, limpiaba unas herramientas, en castigo a “Su osadía y falta de respeto, por adelantarse a los pensamientos del ingeniero” tal cual decía el edicto oficial. Otro, famoso por ser el más fuerte y el menos astuto, caía desfalleciente de cansancio frente al último bloque a medio mover. El resto respiró aliviado y, más de alguno se alegró con envidia, de ver en la debilidad del fuerte, su propia debilidad. Un tercero, planea escapar. Ha juntado algunos víveres, posee un plano imaginario creado cuando fue trasladado hasta el campamento y conoce la rutina de los guardias. Sabe que la mejor hora es a media noche, cuando la luna ilumine los últimos recodos del desierto, caminar lo más rápido que pueda en medio de la nada, para perderse entre las dunas. No le importan los aullidos de chacales o los escorpiones. Confía más en su intuición que en sus miedos. Aunque, en el fondo de su corazón, duda. Todo esto, mientras Naif Gauguarshi, el Mago, observa el atardecer, esperando la llegada de la Luna, mientras las estrellas se reflejan en su rostro. “¿Qué ocurrirá?, ¿qué se dirá?, ¿qué se hará?” hablaban entre ellos y dentro de ellos. Y agregan: “Hemos dejado nueve años en esta pirámide. Nueve años. Todo para verlo volar, cuántos más morirán... La pirámide construí, con mis huesos y piel, para verlo volar, no sé por qué… ¿ahora dónde iré? “Caliente es el viento en el desierto y cierto que el tiempo acabó” piensa el Mago. Se levanta con el último rayo de luz solar. Observa desde la cúspide a los esclavos y, tras un movimiento de su cabeza, los demás entienden lo que es debido. Llegó el momento de saltar. Se levantan los exhaustos, toman la última piedra y la encajan en el espacio designado. Dentro de la pirámide, el Faraón, su familia, séquito, esclavos e ingenieros ven desaparecer el cielo tras la piedra. La Gran Pirámide ha sido construida. “Esto es lo más difícil, lo más difícil” se repite el Mago en su mente. “Volar, volar, volar” la angustia máxima, sus ojos sangran, su corazón también, su frente suda sangre, vomita sangre, por fin siente lo que los esclavos sienten… Los esclavos ven el cuerpo inerte del Mago sobre la arena. Cabeza y abdomen muestran su contenido a los buitres. Amanece. Ha llegado el momento de irse. Por Marcelo D Mogura LB Sé, siento e imagino que ella enciende un cigarro cuando yo lo hago. Es decir, a pesar de la distancia, fumamos juntos. Del humo común (comunhumo) surgen estos árboles, estatuas y lagunas que me rodean. Además, la gente que habla, camina, baila, bebe, toma helados, están ahí, nacidas desde el mismo humo. Busco la estatua del mandinga, no sé donde encontrarla, pero siento que está por ahí. El próximo lo fumamos con él, éste ya se acabó. El último sol de septiembre se retira ya entre aplausos. Pronto llegará el otoño, una primavera y un verano, todos desconocidos... permanecer no será tarea fácil. Una pareja camina abrazada. Los veo e imagino que así caminaremos en algún momento del tiempo. Aquí parece que me multipliqué por cero, que he perdido la gracia y la magia, que vuelvo a nacer. Seguramente a esos dos también les ha ocurrido lo mismo, ahora sé (y no supongo) que no es sencillo recomenzar. Hay momentos también del tiempo, en que la angustia me abruma, pero no ahora. Así que apago la música. No es sencillo tampoco avanzar y ser valiente, parece romántico, pero no es fácil. Una muestra, no es fácil aguantar la tentación y no zampar un helado (1.50). Un tío, contra un árbol, estira sus pies después de correr. Lo comprendo. A los 27 años no se puede perder el tiempo pensando, por lo menos hay que correr y escribir y, si se presenta la oportunidad, dialogar con una mujer. Después de todos los “sufrimientos”, la vida me está dando una nueva oportunidad. Soy como ese niño que veo correr tras su madre “¡qué no me pillas, qué no!” hasta que ella se deja pillar y él se abraza a sus piernas sonriendo.Me levanto para irme, pero la vida vuelve a sorprenderme... ¡el sol ha transformado en oro el banco de enfrente! Su brillo casi me enceguece... ha llegado la hora de irse. |