EL LAUCHA BENÍTEZ CANTABA BOLEROS El Vikingo, protagonista del relato El Laucha Benítez Cantaba Boleros, del escritor argentino Ricardo Piglia (1941), es un hermético y demacrado boxeador de cuarta categoría que, pese a las innumerables golpizas recibidas a lo largo de su carrera, mantiene una cierta elegancia y dignidad al momento de plantarse sobre el ring. Fiel a este principio, el máximo palmarés en la vida profesional de este lastimoso púgil consiste en haber aguantado estoico una sesión de entrenamiento a cinco rounds ante el campeón norteamericano de peso mediano, Archie Moore, de cuyo evento sólo queda como registro un deteriorado recorte de periódico que el protagonista se empeña en conservar a modo de flamante trofeo. Piglia logra, a través de la cuidadosa y detallada descripción de este malogrado deportista, dar cuenta de la soledad y obsesión de un personaje que deambula por clubes y gimnasios de mala muerte sin otra aspiración que la de subir a un cuadrilátero a recibir paliza tras paliza, como si únicamente a través de esas espantosas masacres nocturnas encontrara de pronto el sentido final a una existencia plagada de carencias y desdichas. La carrera de El Vikingo, no obstante, experimentará un pequeño renacer con la aparición del Laucha Benítez, un boxeador novato y de aspecto frágil, y que gusta de cantar sufridos boleros mientras se entrena lanzando derechazos a una bolsa de arena que lo supera en tamaño y peso. Lo inquietante del texto es que el autor argentino asume que incluso en personajes de rasgos torpes e indolentes, como los del presente relato, el amor es un sentimiento que requiere ciertas pruebas, las que para un sujeto como El Vikingo, sin embargo, pueden terminar por llevarlo a confundir el éxtasis más puro, con la tragedia menos sublime y carente de sentido. ![]()
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Por David Núñez Fiel al estilo que lo ha caracterizado desde el inicio de su carrera, y que lo ha convertido en el referente de las frases cortas, deslenguadas, llenas de humor negro e ironía, y de los relatos cargados de situaciones extrañas y un tanto grotescas, Chuck Palahniuk (1962) nos presenta en Tripas una de esas historias que nadie en su sano juicio se atrevería a contar. Mundialmente conocido tras la publicación de su novela El club de la pelea, llevada al cine más tarde por David Fincher, Palahniuk explora en este relato uno de los temas más embarazosos al interior de cualquier familia de clase media emergente: el insoportable peso del silencio ante la vergonzosa y humillante realidad doméstica. Utilizando una voz que mira hacia atrás y recuerda una serie de sucesos, algunos de carácter mítico y protagonizados tanto por amigos como por el propio narrador, Palahniuk se sumerge, literalmente, en esos instantes que de algún modo cambian para siempre la historia de los personajes, y que marcan el fin de una época teñida por la exploración sexual y las absurdas consecuencias que afloran tras los actos temerarios e irreflexivos. Más allá del tono algo licencioso e impúdico del relato, Palahniuk aprovecha cada pliegue de la narración para deslizar una sugerente crítica a la nueva escala de valores familiar de occidente, y con ello, al ejercicio de las apariencias, con especial énfasis en aquellas cosas que a veces es mejor callar, aún cuando no exista nadie afuera que se interese por saberlas. ![]()
Por David Núñez Miranda July (1974) es una multifacética artista estadounidense. Hija de escritores, July ha incursionado en el cine como directora (Tú, yo y todos los demás) y actriz, además de las artes multimedia, la música, y por supuesto, la literatura. Su primer libro de relatos, Nadie es más de aquí que tú, explora temáticas relativas a la angustia juvenil frente al mundo adulto, el desamor, la ausencia de realidad y las opresivas relaciones filiales. En El Equipo de Natación, la autora, adoptando el recurso de la primera persona, nos refiere la historia de una adolescente de 22 años, que en un intento por demostrarse a sí misma que es capaz de romper las ataduras que la ligan a sus padres, termina anclada en un pueblo minúsculo y desprovisto de vida, donde de un día para otro se convierte en la entrenadora de natación de un grupo de ancianos tan carentes de sueños como ella. La historia no tendría nada de particular si no fuera por el hecho que en el pueblo no existe ninguna piscina donde practicar aquel deporte. Este detalle, sin embargo, no amilana a los participantes ni a la protagonista, que halla en unas estrafalarias sesiones de entrenamiento un nexo con su propia identidad, descubriendo así una personalidad que de pronto se le revela como algo auténtico y propio. Con una voz irónica, a ratos cargada de furia y despecho, pero siempre profundamente honesta, la protagonista asume el peso de las circunstancias, y de paso, los costos que aquello ha producido en la nueva etapa de su vida, alterando así, de forma decisiva, las frágiles relaciones con las personas que alguna vez fueron parte de su pasado. ![]()
Por David Nuñez Publicado primero en Cuentos Barceloneses (1989), y más tarde en Suicidios Ejemplares (1991), el relato La Hora de los Cansados, del escritor catalán Enrique Vila-Matas (1948), narra el momento en que un hombre común y corriente decide, como una forma de revelarse frente al cansancio de la vida ordinaria, recorrer parte de la ciudad de Barcelona persiguiendo a un desconocido, un hombre viejo y de aspecto cadavérico y que a su vez persigue a otro sujeto, un individuo de raza negra y sonrisa de caníbal. Vila-Matas utiliza esta pequeña trama para enseñarnos unos personajes fatigados y tristes, unos seres que deambulan por la ciudad sin mayor esperanza que la de realizar algún acto absurdo y definitorio, alguna acción que haga estallar de una vez por todas la monotonía que llevan dentro de sus corazones. La paradoja del relato es que precisamente este cansancio, que trasciende el mero estado físico, (“…siempre ando cansado, cansado de esta lamentable ciudad, cansado del mundo y de la estupidez humana, cansado de tanta injusticia”), se constituirá de pronto en el rasgo que permitirá a los protagonistas lograr una extraña conexión, una especie de reconocimiento en el otro de las frustraciones y amarguras propias. Sin embargo, y como suele ocurrir en la literatura de Vila-Matas, esta suerte de oscura premonición terminará también por trazar una delgada línea entre los personajes, un sutil límite entre la esperanza y la inminente fatalidad. ![]()
Por David Núñez A esta altura del partido, Raymond Carver (1939-1988) es un escritor que no necesita mayor presentación. Considerado uno de los principales renovadores del cuento norteamericano de la segunda mitad del siglo veinte, Carver ha desarrollado una obra llena de historias y personajes desgastados y frágiles, aunque no por ello menos conmovedores, que se mueven por la vida con la aparente consigna de no esperar nada trascendente de ella. En Visor, relato que abre esta nueva sección de Revista Eucalíptica, Carver nos presenta el retrato de un hombre abandonado, en cuyo interior aún retumban las heridas y cicatrices de un fracaso familiar que el protagonista se niega a asumir del todo. A partir de la visita de un extrañísimo vendedor ambulante (“Un hombre sin manos llamó a mi puerta para venderme una fotografía de mi casa”), el personaje se encontrará de pronto ante la oportunidad de expresar toda su frustración y desencanto, aunque de una forma tan irracional e inútil, que para el lector será imposible no sentirse desconcertado ante la reacción del protagonista. Con su prosa característica, a ratos sobria, a ratos punzante como una navaja, Carver refleja en este relato una vez más la dureza de la realidad cotidiana, y el desolador efecto en las personas que transitan por ella. ![]()
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