Por David Nuñez Escritor, guionista y director de cine, el niño rebelde de las letras españolas, Ray Loriga (1967), se presenta en Revista Eucalíptica con un texto que de algún modo resume las principales temáticas que han poblado la obra del autor español a lo largo de su carrera. 10 Canciones de Amor y 7 Caminos Distintos de Vuelta a Casa es básicamente una declaración de rebeldía frente a la pérdida del amor, y en especial, ante la imposibilidad de aceptar un destino que se torna cada vez más amargo y obsesivo. Escrito en segunda persona, el texto evoca tangencialmente los altos y bajos de una relación turbulenta, de la que sólo quedan como evidencia unas marchitas cenizas que el protagonista insiste mantener ardiendo a punta de incesantes desvaríos existenciales. Con una voz aguda que se mueve entre el despecho y la esperanza más estoica, el narrador consigue crear una atmósfera que conmueve y aprisiona, y que se eleva sobre la consciencia del protagonista como una especie de rezo que no tiene otra expectativa más que caer en el vacío y la soledad final.
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Por David Núñez Como es sabido, gran parte de la obra literaria del aclamado escritor chileno Roberto Bolaño (1953 – 2003) ha estado, desde siempre, marcada a fuego por la sinuosa biografía del propio autor. Sin ir más lejos, en Los Detectives Salvajes, novela que lo consagró como el escritor más brillante de su generación y donde repasa sus vivencias como poeta y fundador del infrarrealismso mexicano, queda claramente de manifiesto esta suerte de secreta complicidad entre realidad y literatura, a través de la figura de Arturo Belano, álter ego del escritor, y junto a Ulises Lima, eje central de una trama que le debe mucho a las experiencias reales de sus protagonistas. En Sensini, relato que presentamos hoy en Revista Eucalíptica, Bolaño narra la historia de una amistad a distancia entre dos escritores latinoamericanos que residen en ciudades distintas de España, y que se conocen (se leen) a través de la publicación de un libro con los ganadores de un concurso literario de provincia en el que ambos han resultado premiados. El cuento, como es de esperar, está basado en un hecho real: la relación epistolar del propio Bolaño con el escritor argentino Antonio Di Benedetto (1922-1986) a comienzos de la década de los ochentas. El autor chileno aprovecha esta experiencia y la utiliza como punto de partida para construir un relato peculiar y melancólico, y de paso, poner el dedo en la oscura realidad de un pléyade de escritores mediocres y desconocidos, que representados por Bolaño y Sensini (Di Benedetto), se lanzan a la caza de concursos literarios provinciales de dudosa tradición, sin mayor esperanza que la de obtener algunos penosos recursos monetarios que permitan solventar un estilo de vida que a cada momento se vuelve menos decoroso. Ante el contrasentido de una literatura que sólo cumple una función meramente instrumental, la existencia de estos certámenes emerge entonces como la respuesta a una tozuda ambición que contamina y distorsiona la moral de los protagonistas (“…al mismo tiempo me instaba a perseverar (Sensini), pero no, como al principio entendí, a perseverar en la escritura sino a perseverar en los concursos, algo que él, me aseguraba, también haría”). De este modo, y aún cuando los personajes del relato nunca llegan a confrontar sus ideas en persona, ambos logran, a través de un continuo y emotivo intercambio de cartas, dar cuenta de la condición de escritores marginales y errantes que los caracteriza, y en especial, del acto de escritura como una forma de supervivencia puramente mercantil. Como no podía ser de otra forma en Bolaño, y en una ironía perfecta a un destino que en ocasiones no distingue realidad de ficción, Sensini obtuvo el Premio Narración Ciudad de San Sebastián, en 1997. Años más tarde, en un artículo sobre el Premio Nacional de Literatura de Chile, y a propósito de vencedores y vencidos, Bolaño afirmaría: “Hay que recordar que en la literatura siempre se pierde, pero la diferencia, la enorme diferencia, estriba en perder de pie, con los ojos abiertos, y no arrodillado en un rincón rezándole a San Judas Tadeo.“
EL LAUCHA BENÍTEZ CANTABA BOLEROS El Vikingo, protagonista del relato El Laucha Benítez Cantaba Boleros, del escritor argentino Ricardo Piglia (1941), es un hermético y demacrado boxeador de cuarta categoría que, pese a las innumerables golpizas recibidas a lo largo de su carrera, mantiene una cierta elegancia y dignidad al momento de plantarse sobre el ring. Fiel a este principio, el máximo palmarés en la vida profesional de este lastimoso púgil consiste en haber aguantado estoico una sesión de entrenamiento a cinco rounds ante el campeón norteamericano de peso mediano, Archie Moore, de cuyo evento sólo queda como registro un deteriorado recorte de periódico que el protagonista se empeña en conservar a modo de flamante trofeo. Piglia logra, a través de la cuidadosa y detallada descripción de este malogrado deportista, dar cuenta de la soledad y obsesión de un personaje que deambula por clubes y gimnasios de mala muerte sin otra aspiración que la de subir a un cuadrilátero a recibir paliza tras paliza, como si únicamente a través de esas espantosas masacres nocturnas encontrara de pronto el sentido final a una existencia plagada de carencias y desdichas. La carrera de El Vikingo, no obstante, experimentará un pequeño renacer con la aparición del Laucha Benítez, un boxeador novato y de aspecto frágil, y que gusta de cantar sufridos boleros mientras se entrena lanzando derechazos a una bolsa de arena que lo supera en tamaño y peso. Lo inquietante del texto es que el autor argentino asume que incluso en personajes de rasgos torpes e indolentes, como los del presente relato, el amor es un sentimiento que requiere ciertas pruebas, las que para un sujeto como El Vikingo, sin embargo, pueden terminar por llevarlo a confundir el éxtasis más puro, con la tragedia menos sublime y carente de sentido.
Por David Núñez Fiel al estilo que lo ha caracterizado desde el inicio de su carrera, y que lo ha convertido en el referente de las frases cortas, deslenguadas, llenas de humor negro e ironía, y de los relatos cargados de situaciones extrañas y un tanto grotescas, Chuck Palahniuk (1962) nos presenta en Tripas una de esas historias que nadie en su sano juicio se atrevería a contar. Mundialmente conocido tras la publicación de su novela El club de la pelea, llevada al cine más tarde por David Fincher, Palahniuk explora en este relato uno de los temas más embarazosos al interior de cualquier familia de clase media emergente: el insoportable peso del silencio ante la vergonzosa y humillante realidad doméstica. Utilizando una voz que mira hacia atrás y recuerda una serie de sucesos, algunos de carácter mítico y protagonizados tanto por amigos como por el propio narrador, Palahniuk se sumerge, literalmente, en esos instantes que de algún modo cambian para siempre la historia de los personajes, y que marcan el fin de una época teñida por la exploración sexual y las absurdas consecuencias que afloran tras los actos temerarios e irreflexivos. Más allá del tono algo licencioso e impúdico del relato, Palahniuk aprovecha cada pliegue de la narración para deslizar una sugerente crítica a la nueva escala de valores familiar de occidente, y con ello, al ejercicio de las apariencias, con especial énfasis en aquellas cosas que a veces es mejor callar, aún cuando no exista nadie afuera que se interese por saberlas.
Por David Núñez Miranda July (1974) es una multifacética artista estadounidense. Hija de escritores, July ha incursionado en el cine como directora (Tú, yo y todos los demás) y actriz, además de las artes multimedia, la música, y por supuesto, la literatura. Su primer libro de relatos, Nadie es más de aquí que tú, explora temáticas relativas a la angustia juvenil frente al mundo adulto, el desamor, la ausencia de realidad y las opresivas relaciones filiales. En El Equipo de Natación, la autora, adoptando el recurso de la primera persona, nos refiere la historia de una adolescente de 22 años, que en un intento por demostrarse a sí misma que es capaz de romper las ataduras que la ligan a sus padres, termina anclada en un pueblo minúsculo y desprovisto de vida, donde de un día para otro se convierte en la entrenadora de natación de un grupo de ancianos tan carentes de sueños como ella. La historia no tendría nada de particular si no fuera por el hecho que en el pueblo no existe ninguna piscina donde practicar aquel deporte. Este detalle, sin embargo, no amilana a los participantes ni a la protagonista, que halla en unas estrafalarias sesiones de entrenamiento un nexo con su propia identidad, descubriendo así una personalidad que de pronto se le revela como algo auténtico y propio. Con una voz irónica, a ratos cargada de furia y despecho, pero siempre profundamente honesta, la protagonista asume el peso de las circunstancias, y de paso, los costos que aquello ha producido en la nueva etapa de su vida, alterando así, de forma decisiva, las frágiles relaciones con las personas que alguna vez fueron parte de su pasado.
Por David Nuñez Publicado primero en Cuentos Barceloneses (1989), y más tarde en Suicidios Ejemplares (1991), el relato La Hora de los Cansados, del escritor catalán Enrique Vila-Matas (1948), narra el momento en que un hombre común y corriente decide, como una forma de revelarse frente al cansancio de la vida ordinaria, recorrer parte de la ciudad de Barcelona persiguiendo a un desconocido, un hombre viejo y de aspecto cadavérico y que a su vez persigue a otro sujeto, un individuo de raza negra y sonrisa de caníbal. Vila-Matas utiliza esta pequeña trama para enseñarnos unos personajes fatigados y tristes, unos seres que deambulan por la ciudad sin mayor esperanza que la de realizar algún acto absurdo y definitorio, alguna acción que haga estallar de una vez por todas la monotonía que llevan dentro de sus corazones. La paradoja del relato es que precisamente este cansancio, que trasciende el mero estado físico, (“…siempre ando cansado, cansado de esta lamentable ciudad, cansado del mundo y de la estupidez humana, cansado de tanta injusticia”), se constituirá de pronto en el rasgo que permitirá a los protagonistas lograr una extraña conexión, una especie de reconocimiento en el otro de las frustraciones y amarguras propias. Sin embargo, y como suele ocurrir en la literatura de Vila-Matas, esta suerte de oscura premonición terminará también por trazar una delgada línea entre los personajes, un sutil límite entre la esperanza y la inminente fatalidad.
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