Por Joel Muñoz Berríos
El desencantado Fracturado, se mira al espejo, barbón, con las costillas rotas del corazón, la conciencia apagada, sin reservas de energía, dolido hasta más no poder, incrédulo y decepcionado del ser, se mueve lento, sin dirección alguna, víctima de la inercia del tiempo y las circunstancias, borrosa la fotografía del carné de identidad, con la historia devaluada como sus pesos, autoestima olvidada en el último cajón, orgullo herido mil veces, refunfuñando contra las moscas y el esmog, sin siquiera lograr escucharse a sí mismo. Dobla la esquina de los sueños para tomar por la calle del descenso con ganas de olvido del futuro y de promesas, y de llegar a su rincón para morir viendo tele. Es el hombre tan varonil y tan gentil de otrora, ese orgulloso caballero de los milagros, ganador empedernido en las apuestas de la vida, creador de casas, álbumes familiares y amores correspondidos. Es el hombre aquel de todas las luces y certidumbres, que camina arrastrando el ala caída perdiendo la vista y el oído, también el equilibrio, a duros golpes de modernidad y vacío. Hombre pobre de todo, que aparenta ir bien vestido, Solitario, condenado entre la muchedumbre, víctima del hombre mismo, ese otro que también olvidó el origen del destino. El otro. Camina fluido y obnubilado por las maravillas de la tierra, enamorado del amor y las estrellas, declara a simple vista su admiración por las blancas y negras, saca agua del pozo de la alegría, bebe manantiales de ternura que irradia en sus cantares, es un niño, no es un hombre, es un niño descubriéndolos rayos de sol, las nubes blancas y apresuradas, los cangrejos y los cuentos de magia, intenta una y otra vez aprender la alquimia, no desmaya, se entusiasma en cada experimento, vuela alto imaginario a repartir besos, despierta cantando, sueña con los ojos abiertos, rompe la rutina y se escapa al parque de los enamorados, vulnera el tiempo y el espacio con el martillo de la fe, toca las campanas de la iglesia a una hora cualquiera, levanta rumores sobre la razón de su locura, descubre los senos de ella como por primera vez, recoge frutos de sus árboles, siembra frutas y verduras para la próxima estación. Es el hombre encantado agitando a los pájaros, anunciando la vida antes de que amanezca imitando perros labradores y caballos, corriendo por la pradera de la esperanza. Llega a fundirse con el sol del horizonte, inaugura la noche encendiendo la primera estrella. Dos en uno mismo. Nos miramos al espejo y nos saludamos cada día. |
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May 2024
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