creímos que estaba muerto,
pero aún respiraba.
Se nos había quedado dormido
entre los brazos,
aquella noche de vientos y techos volándose sobre las casitas,
cuando el temporal amenazaba con llevárselo todo.
Y así tan quietecito,
con su carita tan blanca y apacible,
con sus manitos colgando como dos pompones helados
y sus ojitos cerrados; lo dimos por muerto.
Después de velarlo por doce noches en silencio,
esperando, para ver si sólo dormía.
decidimos que era tiempo de dejarlo ir.
Ayer lo enterramos bajo los naranjos,
en un cementerio triste y gris.
nos miramos y sin decir adiós
nos fuimos cada uno por su lado.
y ahí en su tumba el aún respiraba.